martes, 2 de octubre de 2018

Aves invasoras


Ayer visité el Parc dels Estanys de Platja d'Aro, un refugio de aves protegidas y de aves migratorias que están de paso. Es un parque que se inauguró hace algunos años, coincidiendo con el Día Mundial de las Aves, como un pulmón verde en medio de esta localidad de la Costa Brava. Fui a este lugar, cuya existencia y extensión desconocía, con el deseo de disfrutar del espectáculo que nos brinda la naturaleza. Ella nos exige poco a cambio de lo que nos ofrece: paciencia para observar las especies vegetales y animales, silencio para escuchar sus sonidos y aprender a distinguirlos, respeto para proteger el hábitat local.
Me senté en uno de los miradores de madera que han habilitado para facilitar la observación y me quedé a la espera de que cayera la tarde, que es la mejor hora del día. Pronto se levantó el telón y empezaron a asomarse diferentes especies: una familia de patos, gaviotas comunes, una polla de agua, algunas carpas que salían a la superficie del agua sólo parcialmente para evitar cualquier peligro de los posibles depredadores, un ejemplar de martín pescador, tordos, estorninos, algún murciélago madrugador... Yo estaba tan entusiasmada contemplando la majestuosidad de esa obra de arte natural en plena actividad a escasos metros de mí que apenas me di cuenta de la llegada de los invasores. De repente, se hicieron los dueños y señores del mirador y tomaron posiciones en el lugar central del banco. Yo, que me había quedado arrinconada en uno de los extremos, mientras contemplaba con deleite los movimientos lentos y sigilosos de una familia de patos que iba a meterse en el agua.
La especie humana invasora enseguida sacó una bolsa de patatas fritas de una de las mochilas que dejaron en el banco, así como unos bocadillos y unas latas de refrescos. Empezaron a repartir las provisiones a voz en grito entre sus tres descendientes. Las crías, de corta edad, acudieron veloces, subidos en sus patinetes que dejaron en el suelo haciendo todo el ruido que es capaz de hacer este tipo de artilugio lanzado sobre su propio peso. La hembra humana no probó bocado porque comunicó al resto de miembros de su grupo y al resto de la concurrencia (formada por mi pareja y yo) que estaba a dieta y se dedicó a comentar las maravillas de su iphone de última generación. De tanto en tanto, entre los sonidos del crujir de las patatas y del papel de aluminio, se escuchaba alguna frase del tipo: «Mira, mira (un nombre garrulo que ahora no recuerdo), cómo nadan los patitos. ¿Qué hacen los patitos? Cuaaac, cuaaac»; «Oye, cari, este móvil hace unas fotos más guapas...».
El macho humano tuvo un pequeño percance y, al ir a mirar una de las fotos que había tomado su compañera, derramó la lata de refresco de cola que sujetaba en una mano sobre el suelo y, sin poder evitar su triste final, fue a parar al estanque, entre los juncos. La película sobre el medio natural terminó para ellos una vez que se acabaron las patatas y los bocadillos y cuando la hembra humana, cansada ya de tantas instantáneas, anunció: «Venga, nene, vamos tirando que tenemos media hora de camino en coche y no quiero que se haga de noche». Recogieron los bártulos haciendo la misma escandalera que al llegar y migraron hacia otras latitudes. Dejaron, no obstante, huella de su paso: migajas de pan, alguna rodaja de chorizo y de fuet y trocitos de patatas fritas desperdigados por el suelo que servirían como alimento de otras especies y que a mí no me quedó otro remedio que pisar cuando ellos se fueron (sin saludarme; tal vez ellos no me reconocieron, aunque yo también pertenezco a la especie homínida).
Por fin, mi pareja y yo pudimos colocarnos en primera línea y entonces sí que disfrutamos del gran espectáculo que nos ofrecieron las aves. Esta vez, sin prisas, con el silencio, la concentración y el RESPETO que se requieren para apreciar todos los matices de luces y sonidos de la naturaleza, dejándonos envolver por su majestuosidad. Qué insignificante me vi, incluso un tanto avergonzada de pertenecer a esa especie que dice llamarse humana.

© Marta García Carrato-2018

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