Hoy os voy a contar una anécdota que me sucedió con una marca de
electrodomésticos de alta gama. No voy a citar el nombre, pero todos
adivinaréis de qué marca se trata si os digo que en uno de los anuncios que
emitían por televisión estaban tan seguros de la calidad de sus frigoríficos
que ofrecían al potencial comprador diez años de garantía. ¿Os suena? Os
recomiendo que leáis esto especialmente si tenéis intención de renovar vuestra
nevera, y también si sentís curiosidad, por supuesto. Siento que esta vez mi
artículo sea tan largo, pero considero que la historia no tiene desperdicio y, como
un buen modo de desfogarse es a través de la escritura, en este caso me parecía
que era un sacrilegio resumirla. Quedáis avisados.
Todo comenzó hace un año y medio aproximadamente, cuando adquirí un
frigorífico-combi de alta gama. Cuando lo compras, cómo no, todo son ventajas.
No sólo estás pagando la calidad del producto sino el magnífico servicio
post-venta. «El mejor servicio técnico es el de esta marca.» Eso fue lo que me
recalcaron no una sino varias veces en la pequeña tienda de electrodomésticos
de una pequeña localidad ampurdanesa. Esas tiendas donde el trato es familiar y
donde el mismo señor Pep que te vende la nevera, viene a tu casa a instalarla.
El señor Pep se presentó con la nevera y con una sonrisa pero, antes de subirme
el enorme frigorífico a casa, se encargó de no hacer ni un solo desconchón en
la pared de la escalera (para que luego no tengas problemas con los vecinos en
la reunión de la comunidad y para que nadie pueda echarte en cara que los
transportistas que vinieron eran unos bestias). El señor Pep se presentó, como
digo, con la nevera, con una sonrisa y con una manta (para no rayarte el suelo
de parquet que apenas te ha dado tiempo de estrenar, y para que veas que trata
a sus clientes con esmero). Todos los detalles cuidados al máximo en la pequeña
tienda del señor Pep. Poco faltó para que no le dijera al señor Pep que ya de
paso me llenara la nevera, de tan servicial como parecía, pero ya habría sido
abusar de su confianza.
Mi nevera cuando el señor Pep me hizo tantas y tan falsas promesas. |
Al cabo de unos meses, mi súpernevera de alta gama empezó a hacer
bastante ruido. No ese ruido que suele hacer un combi no frost de última generación cuando está en funcionamiento
permanente las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días
del año, sino un sonido mucho más molesto. Parecía que me habían entrado unos
francotiradores a casa y, cuando iba a la cocina, pensaba que cruzaba hacia la
línea enemiga.
Fui a la tienda del señor Pep, el vendedor sonriente, y le expliqué lo
que me pasaba. Yo no tenía que preocuparme de nada; estaba en buenas manos.
Había comprado mi nevera en una de esas tiendas donde el trato es directo y el
señor Pep, acostumbrado a mimar a sus clientes, me tranquilizó con el mismo
argumento que había empleado el primer día para convencerme y venderme la
nevera: «El mejor servicio técnico es el de esta marca». Salí de la tienda
contenta: pronto recibiría una llamada del técnico de la zona y enseguida
vendrían a casa a solucionar la incidencia.
Y mirad si fue eficiente el servicio técnico de esta marca que, cuando el
operario de la zona se puso en contacto conmigo para ver qué le pasaba a mi
nevera, en la pantalla de mi móvil apareció el mensaje NÚMERO PRIVADO, para que
todo quedara como top secret entre
técnico y clienta, todo para garantizar la mayor discreción. Y cuando escuché la
voz del técnico, me pareció que se dirigía a mí casi en nombre de Dios. No me
refiero a que hablara en un susurro para aumentar nuestro grado de intimidad, sino a
que se sentía un ser todopoderoso. Me explico: como el técnico de esta marca era
un profesional que había estudiado formación profesional, especialidad
Electrónica, y que tenía muy frescos los conceptos debido a que recién había
terminado sus estudios, ya no tenía que hacer el esfuerzo de pasar por mi casa
para revisar el no frost. ¿Qué
necesidad había de que él perdiera el tiempo en desplazamientos y de que me lo hiciera
perder también a mí? Así que se limitó a preguntarme a través del teléfono si mi
nevera hacía un ruido como de fiuuuuuuuuu
seguido pero no muy ruidoso (o sea, el sonido agudo típico del compresor, que
es el que distribuye el aire por todas partes), o si lo hacía más bien tirando
a tatatatatatata pero más escandaloso
(o sea, el sonido que indica problemas de digestión con los gases que circulan
por el motor, lo que es síntoma de que algo falla en el sistema de
ventilación). Sobraron las palabras entre nosotros. El técnico y yo nos entendimos
a la perfección a través de las onomatopeyas. El test del sonido quedó resuelto
y así el especialista se pudo hacer una idea del nivel de gases que circulaba
por el motor y del nivel de decibelios. Ahora ya sólo faltaba concretar un día para
la visita y conocernos personalmente: «Señora, tardaré unos días en llamarla porque
a la nevera le tenemos que cambiar el dumper
y la pieza viene de Alemania». Pero qué sentido del humor tenía el técnico.
Tuve que contenerme la risa. ¿Era verdad lo que acababa de escuchar? Hoy en
día, entrado el siglo veintiuno, esa frase continuaba en vigor y las piezas aún
venían de Alemania, como en la época del Caudillo. Qué chistoso era el chaval
recién diplomado en FP.
Éste es el famoso dumper, que viene a ser el corazón de las neveras. |
Tal como me advirtió, tardé unos días en tener noticias del técnico
reparador de electrodomésticos de alta gama de la marca que no quiero citar
pero que todos conocéis. Quedé un viernes por la tarde con él en mi casa. Por
fin íbamos a conocernos en persona y por fin él iba a ver mi nevera. Y allí se
presentó, a la hora acordada, pero apareció sin el dumper, qué decepción. Volvió a soltarme el mismo rollo que sueltan
todos, lo de que se tenía que pedir la pieza a Alemania. Yo le dije que habíamos
quedado en que traería la pieza, pero se disculpó con el argumento de que había
habido un problema con el transporte. Para qué me voy a liar ahora a hablar del
tema del transporte por carretera. Un largo y costoso viaje el que tienen que
hacer estas piezas que aún vienen de Alemania… Ya se sabe, lo de la «ingeniería
alemana» sigue siendo por algo... Nos despedimos y quedamos en que ya me avisaría
cuando le llegara. Yo seguí con mi vida y él supongo que con la suya hasta que,
esa misma tarde, sonó mi móvil y otra vez leí en la pantalla lo de NÚMERO
PRIVADO (supongo que por seguridad, para evitar un posible idilio con alguna
clienta). ¿Para qué me llamaría mi
técnico, si acabábamos de vernos hacía poco? «Señora, soy el técnico que ha
estado antes en su casa. Perdone, es que he tenido un error. Que me pensaba que
era para otro domicilio y me he dado cuenta de que llevo su pieza en el coche.»
¡Mi dumper recién llegado de Alemania
estaba en el maletero del coche del técnico del servicio oficial de la zona! ¿Cómo
había habido aquel malentendido? ¡Vaya panda de zoquetes! Pero el destino me
jugó una mala pasada: eran las siete y media de un viernes, yo me encontraba
fuera de mi domicilio y el técnico ya no podía instalarme el dumper porque se le habría hecho
demasiado tarde. Así que quedamos para vernos a la semana siguiente. Apunté mi
cita en la agenda. Viernes. A las 7 de la tarde. OK. Una semanita más y
volveríamos a vernos las caras: el técnico, mi nevera y yo.
Durante la semana, volvió a sonar mi móvil y en la pantalla volvió a
aparecer el conocido mensajito de NÚMERO PRIVADO. Intuí que era mi técnico, el
«salvador todopoderoso» de mi nevera. Ese que sin necesidad de ver a la enferma
ya supo desde un primer momento lo que tenía: le fallaba la pieza primordial,
el corazón del electrodoméstico, el dumper,
que en el año en que nos encontramos seguía viniendo por carretera desde
Alemania. Pero, ¡sorpresa, no era ÉL! «Señora: soy el técnico del servicio
oficial. Dígame, ¿qué le pasa a su nevera?» ¡¡¡¿¿¿Qué???!!! ¿Que acaso yo
alucinaba? Después de preguntarle «¿Pero tú no habías estado ya en mi casa el
otro día y habíamos quedado en que vendrías el próximo viernes a las siete para
cambiarle el dumper a mi nevera?» y
de que él me contestara: «No, señora, usted va equivocada. Yo no he hablado
nunca con usted ni he estado en su casa. Si me acaban de pasar la orden ahora»,
tuve que darle una explicación pormenorizada del historial clínico del
electrodoméstico. Había conseguido aprenderme palabra por palabra el discurso,
de tantas veces que lo había tenido que recitar. El recién salido del capullo
con pretensiones de ingeniero empezó con el cuestionario técnico en versión
onomatopéyica que ya me habían hecho la primera vez. Entonces fue cuando interrumpí
al niñato bruscamente y le levanté la voz, cabreada por tanto secretito de
NÚMERO PRIVADO en la pantalla del móvil y porque no estuvieran autorizados a
facilitar un número de teléfono para hablar directamente con el operario que
realizaba la reparación. De mi técnico-dios-todopoderoso dependía la salud de
mi nevera y ahora este imbécil me venía con el mismo cuento del fiu-fiu y del
ta-ta. Le solté mi discurso de pe a pa: que pensaba que la organización del
servicio oficial de esa marca en aquella zona era un completo caos, que tenían
una total descoordinación entre ellos y que el hecho de recurrir a tantos
intermediarios no hacía más que obstaculizar y entorpecer el buen servicio al cliente. En
resumen, que era un desastre. Colgué y lo mandé a la mierda (aunque no recuerdo
bien si primero lo mandé a la mierda y luego colgué, que hubiera sido lo más
lógico). De lo que sí me acuerdo es de que le dije que yo ya había quedado con
mi técnico, el primero, el que iba a salvar el corazón de mi nevera, el que
llevaba el dumper en el maletero de
su coche. Teníamos una cita el próximo viernes a las siete.
Y llegó el gran día. Yo estaba expectante. Tuve que hacer unos ciento
veinte kilómetros en coche, con lluvia y truenos, y tuve que pagar dos peajes
en la autopista. Pero valía la pena. Por fin, el técnico de esta marca de alta
gama sacaría la pieza de su maletín y mi nevera dejaría de hacer el tatatatatatata para hacer el fiuuuuuuuuu. Las siete, las siete y
cuarto, las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho. Las ocho y media.
Qué chasco más grande. Mi técnico ni siquiera me llamó. En la pantalla de mi
móvil, ni rastro de su NÚMERO PRIVADO. Yo ya no sabía lo que hacer. Me estaban
entrando ganas de liarme a martillazos con la nevera y acabar de una vez por
todas con el ruido y con este asunto.
Al día siguiente me presenté en la tienda de electrodomésticos del señor
Pep, la del trato directo, la que te daba un servicio completo menos llenarte
la nevera y en la que estaban completamente seguros de que «el mejor servicio
técnico es el de esta marca». Ellos se encargarían de resolver todo este
desaguisado. Yo no había de preocuparme de nada. El señor Pep me dijo que
llamaría a la central, que estaba en Zaragoza, y allí una teleoperadora volvería
a ponerse en contacto con mi técnico, el primero, el que llevaba mi dumper en el maletero de su coche para
que el «multi air flow system» de mi nevera funcionara a la perfección.
Este idilio iba a acabar por completo con mi paciencia. Yo deseaba con
todas mis fuerzas volver a tener otra cita con mi técnico, con ese hombre que nos
tenía en ascuas a mi nevera y a mí. Como no daba señales de vida, tuve que
llamar varias veces al señor Pep, que ya debía de sentirse como una carabina y
que siempre me repetía lo mismo: «Yo más no puedo hacer, pero ya le aseguro que
el mejor servicio técnico es el de esta marca».
Pensé seriamente en la posibilidad de poner un anuncio aunque no llegué a hacerlo. Como sabía que
las piezas venían de Alemania, lo publicaría en un diario alemán (en alemán):
«Mi nevera necesita urgentemente un dumper
para sobrevivir».
Además, coloqué cartelitos por toda la zona sin ningún éxito:
«ATENCIÓN: Se ha perdido un dumper
en el maletero de un coche del servicio técnico de [nombre de la conocida marca
de electrodomésticos]. La última vez fue visto por esta zona y alrededores. Se
gratificará».
Mientras esperaba su llamada, me pasé los días leyendo el manual de
instrucciones que me facilitaron junto con el electrodoméstico en el que venían
descritos todos los ruidos de mi no frost
de última generación para que fuera adquiriendo experiencia y aprendiera a
convivir con aquel ruido del que no me habían avisado antes de efectuar tan
costosa compra.
Hoy por hoy, el técnico sigue en paradero desconocido y en el servicio
técnico nunca supieron decirme quién había venido a mi casa porque no les
constaba ningún operario de aquellas características. El dumper tardó bastante en llegar de Alemania debido a una huelga de
transporte, pero llegó. Me mandaron a un técnico algo manazas al que se le
caían al suelo todas las herramientas debido a la emoción de tener que llevar a
cabo por primera vez desde su diplomatura en FP la delicada operación a corazón
abierto de la colocación de un dumper
y que dejó la huella perpetua en mi parquet. Pero, por fin, mi nevera pasó de
hacer el tatatatatatata a hacer el fiuuuuuuuuu. Después de tanta insistencia y de tantos
obstáculos y trabas «burrocráticas», ¡lo habíamos conseguido!
Del ta-ta al fiu-fiu hay un largo trecho que hemos hecho juntos mi nevera y yo. Pero, por fin, se hizo el silencio. |
Aún no entiendo por qué no funcionó aquel trío. ¿Qué pasó entre aquel
técnico, mi nevera y yo? ¿Por qué se dio a la fuga? No puedo quitarme de la
cabeza aquella visita, con lección de electrónica incluida. Me lo dijo bien
claro mirándome a los ojos fijamente a la vez que hurgaba en su maletín: «Siempre hay que
decantarse por un frigorífico que tenga un compresor lineal, la opción más
silenciosa del mercado». Eso fue lo que hizo él: pagarme con el silencio. Tal
vez escuchó los latidos de mi nevera y se asustó... Pero a mí también me quedó bien
clara una cosa: que mi próxima nevera será de la marca Acme, esa de los dibujos
animados del coyote y el correcaminos. Ésos sí que corren, y no los del «mejor
servicio técnico» que tan bien supo venderme el señor Pep. GRACIAS por haber
leído mi relato hasta el final (y preguntad siempre por el nivel de ruido del dumper antes de comprar una nevera).
© Marta García Carrato, 2015
© Marta García Carrato, 2015